domingo, 6 de enero de 2008

Poesía XXIII

 


Del otro lado

 

Puedo verme, al fin, del otro lado,

con una verdadera soledad por testigo,

con un fuerte deseo de un sueño vivo por guía,

destramando los disfraces de fina confección de acero.

 

Puedo recordar lo que susurros me pidieron,

lágrimas, silencios, portazos, abrazos,

ensayo un mudo ademán en consonancia

y escucho  lo que entonces esas voces me decían.

 

Canto la canción desesperada de los amantes ignorados,

dibujo con mis dedos en el aire los paisajes que siento solitario,

sigo con mi mirada simple el camino de las hojas del otoño

y recuerdo, y ando silencioso sin pedir aquello que pedía.

 

Los astros se acomodan, danzan sin pensar, no se preguntan,

los hombres, como astros, se adhieren a sus vidas aparentes,

pero con miedo... a la muerte, a la soledad, al final...

a la vida que no está escrita... que no se ve con los ojos del silencio.

 

Desde mi bosque oscurecido por la noche que retorna

veo las casitas refugiadas entre el frío ausente de lo humano.

Lucecitas que proyectan ráfagas de un ensueño luminoso

llegan a mis ojos, modifican las sombras, suman un cuadro a la ficción.

 

El oro sigue brillando porque es ese su destino,

el amor es un dulce fruto que sabe verdad y a incertidumbre,

la vida es un leño que arde según el árbol de su vida...

no quiero ver con otro ojos que los míos, no puedo.

 

No brilles para mí ni para otros, no actúes siempre,

no dejes huérfano el viento que lleva tus palabras,

no corras a los precipicios para regresar ante el vértigo

no huyas de tu destino, no te ignores; mírame, mírate.

 

Yo viví verdaderas fantasías sugerentes y engañosas,

anduve de verdad sobre las nubes y volé siempre que pude,

fue cierta la visita del amor cada vez que amé, y mi fe,

 y la falta de fe de los ojos que me ven sin mirar el horizonte.

 

Como un veneno que sube lentamente desde la tripa

veo escenas falsarias, teatrales, figuritas de plástico modernas,

veo almas confundidas en sus cuerpos, cuerpos que se ven,

cáscaras humanas que esconden corazones y ocultan sentimientos.

 

Huesos y suspiros, latidos de todos los tiempos, mis manos de siempre,

la esperanza cansada y vieja, los sueños vividos y los olvidados, La verdad:

Todo del mismo lado, del mío, del que se va y se queda conmigo.

En la otra orilla estoy mirándome y, quizá, ignorando el amor amargamente.

 

Pablo Rego © 2008

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