sábado, 16 de noviembre de 2019

Insomnio en luna llena. (Poesía)




Insomnio en luna llena.

La claridad del alba aleja las percepciones de espejos deformes,
de horas sumergidas en infinitos subsuelos,
de cielos llenos de luz mortecina,
de imaginaciones y pieles rasgadas, erizadas.

Un viaje solitario en un mundo aparentemente normal,
en el que pasan cosas y otras se piensan, se sueñan, se sienten,
en una habitación vacía que se fue llenando de seres,
de proyecciones en el alma, en los espejos sucios,
en las supuestas luces del afuera filtrándose por las rendijas.

Venus se impone siempre, simplemente, despertada por la Luna,
juegan a pasarse los velos de sus magias por sus caras, por mi cuerpo,
por sus superficies extensas, lejanas y sutiles,
se entretienen soplando en mi inconsciente un inquieto polvo adolescente.

Luces, sombras, visiones de la noche que todo lo confunde,
mis ojos se cierran por no estar abiertos, pero imágenes intensas habitan la mente,
tanteo en la penumbra de la ausencia mi presencia, mis certezas, la de siempre
y volando sin querer entro y salgo del ahora.

Hay un cuerpo real que toco,
recuerdos cercanos y lejanos de exaltantes figuras de una tarde pasada,
la vida, el amor, la muerte y otra vez la pasión de todo ello
se manifiesta en un mundo algo real.

La idea de que pronto va a pasar,
la imagen repetida, un poco obsesiva, recurrente, excitante,
el esperado devenir del sueño, pero no alcanza,
los ojos no responden, abiertos o cerrados, son su propio mundo.

Los incesantes sonidos del afuera alimentan las llamas de la mente,
una imagen animal de ensoñación salvaje parece verdadera;
criatura de cuerpo gris, intenso, impiadoso
que me mira y me llama imperiosamente a ingresar en la caverna.

Un fuego creciente en un profundo primitivismo que se apodera de todo,
el cuerpo es víctima de la pleamar interna, se desborda en un silencio de fluidos
y un volcán en erupción derramando su lava ardiente sobre mí.
La soledad, la quietud y el desconcierto contrastan con la luz o con su ausencia.

Despierto. Un rato más. Otro rato. Otro.

Los juegos terminan en perdida indiferencia,
adentro los laberintos se crean a sí mismos presente e indefinidamente,
afuera, la luz de la plena luna, los gallos, los perros, vive la más silvestre de las vidas
mientras pasa el tiempo, que ahora se hace tan real como la muerte.

©Pablo Rego

Foto ©Freepik




sábado, 25 de mayo de 2019

Besos en el hall (Poesía)


Llegar del mundo hasta el cristal de la puerta,
llamar y esperar-te, con el corazón galopando.
Un olvido que deja estelas por las calles,
pedazos de realidades que se van deshaciendo con los pasos.

Caminar por las veredas de la ciudad
hacia un instante que es una puerta,
detrás de otra puerta y luego de otra más
en donde un mundo desaparece y otro nace más real.

Saber que al llegar el olvido de todo será el encuentro de algo más,
que los sentidos se encenderán más allá del aturdimiento del día.
Ir flotando, liberándose de todo
con la ilusión de un niño que se cree la realidad de los cuentos.

O escuchar que al fin llegas,
que un instante o muchos han pasado
y entonces sí estás frente a ese otro cristal de otra puerta que te mira
llamando y esperando-me.

Formar parte de la realidad un rato más,
retocando, acomodando, preparando el universito para nosotros,
tratando de mantener en calma los potros indomables del tiempo
que a veces colaboran aquietándose.

Saber que bajaré a buscarte
y dejaré entrar contigo la chispa y el beso,
o bajarás a abrir el cristal enorme de la puerta
para levitar entre el mundo y el cielo del amor.

Las puertas se abren y los cuerpos se atraen como imanes deseosos.
Da igual de quién es el hall,
qué vida hay detrás de aquellos muros,
que sueños o ilusiones se agitan en los pisos superiores.

No importa de qué mundo hemos venido,
quién termina qué o qué empieza cuándo.
El movimiento es atracción,
los pasos son hacia el encuentro de un cuerpo de los dos.

En la proximidad está la magia,
pasos que acercan años luz,
almas que se encuentran y se van fundiendo
mientras el mundo de los otros se esfuma en ese instante para siempre.

Y en ese mar de amor
en el que todos los sueños son posibles,
los labios, que son amantes de la ternura y del silencio,
se acercan poco a poco, con una intensidad desesperada y desesperante.

Y se tocan, se sienten, al fin se saborean,
los labios, las bocas, los cuerpos, las almas
se encuentran detrás de los cristales,
abriendo los portales infinitos del amor.

Pablo Rego © 2019

Foto © Freepik

sábado, 18 de mayo de 2019

Ojos cuarenta y pico (Poesía)


Mirar nuevamente las cosas…

Como una lejanía sombría que va borrando pequeños detalles
las figuras pierden sus contornos transformándose un poco en otras.

Antes había brillo, luz, intensidad…

Empieza a atardecer en las hojas escritas
como quedándose sin combustible los faroles en las últimas horas del día,
el mundo se borronea y se hace extraño que la claridad de siempre
se vaya volviendo sombras.

Por los ojos han entrado pensamientos, ideas, conocimiento,
unas formas matemáticas y otras sensuales,
viejas letras difíciles de entender y otras pequeñísimas.

El tiempo fue un aliado natural sin saberlo
para la ignorancia de los cristales y los armazones,
sin la necesidad de aprender una cultura sus cosas son extranjeras,
pero un día, por los cuarenta, el tiempo se hace presente y empieza a achicar las cosas,
a marearlas, a esconderlas.

Los ojos se van cerrando, juegan a oriente,
los brazos se estiran y se flexionan con el foco en sus manos,
pican, arden, se cierran, se cansan
y al final de un impedimento hartante caen en su prisión de cristal.

La importancia de ver, también con los ojos,
las letras, las palabras, los detalles pequeños del artista,
las cositas que hacen que otras cosas más grandes funcionen,

Enterase de ínfimos detalles de la existencia que pueden ser ignorados,
pero que nos empeñamos en mirar,
a los cuarenta y pico como a los veinte.

Pablo Rego ©2019

Imágen:©Freepik

lunes, 13 de mayo de 2019

Poesía de Pablo


"Vuelve el Otoño" de Pablo Neruda Un enlutado día cae de las campanas como una temblorosa tela de vaga viuda, es un color, un sueño de cerezas hundidas en la tierra, es una cola de humo que llega sin descanso a cambiar el color del agua y de los besos.
No sé si se me entiende: cuando desde lo alto se avecina la noche, cuando el solitario poeta a la ventana oye correr el corcel del otoño y las hojas del miedo, como lengua de buey espeso, algo en la duda del cielo y de la atmósfera. Vuelven las cosas a su sitio, el abogado indispensable, las manos, el aceite, las botellas, todos los indicios de la vida: las camas, sobre todo, están llenas de un líquido sangriento, la gente deposita sus confianzas en sórdidas orejas, los asesinos bajan escaleras, pero no es esto, sino el viejo galope, el caballo del viejo otoño que tiembla y dura. El caballo del viejo otoño tiene la barba roja y la espuma del miedo le cubre las mejillas y el aire que le sigue tiene forma de océano y perfume de vaga podredumbre enterrada. Todos los días baja del cielo un color ceniciento que las palomas deben repartir por la tierra: la cuerda que el olvido y las lágrimas tejen, el tiempo que ha dormido largos años dentro de las campanas, todo, los viejos trajes mordidos, las mujeres que ven venir la nieve, las amapolas negras que nadie puede contemplar sin morir, todo cae a las manos que levanto en medio de la lluvia.

del libro "Residencia en la tierra" (1925-1932) Pablo Neruda