sábado, 4 de abril de 2020

Cómo ponerse un pantalón.


por Pablo Rego | Uno da por sentado que ponerse un pantalón es algo simple. Siendo adultos llevamos mucho tiempo vistiéndonos y pasando las piernas a través de esos tubos de tela que acaban cubriéndolas, calzando la prenda, acomodándola a nuestro cuerpo.

Si lo intelectualizamos y lo describimos como lo hizo genialmente Julio Cortázar en “No se culpe a nadie”, en donde relata la lucha encarnizada del hombre, la mente, las emociones y el pullover, o en “Instrucciones para subir una escalera”, en donde cualquier mecánica del cuerpo despojada de la percepción se vuelve absurda, el proceso deja de ser espontáneo y automático, desmembrándose en pequeños pasitos que, a lo mejor, nos ha llevado mucho tiempo incorporar, aunque lo hayamos olvidado.

Cuando los humanos transmitimos costumbres a los niños pequeños, digamos de unos tres años de edad, lo hacemos a través del ejemplo físico, la demostración que incluye el aprendizaje  empírico. Pero también lo hacemos a través del intelecto, porque somos intelectuales y utilizamos ese recurso como algo natural.

Cómo ponerse un pantalón: «agarrá la cintura (del pantalón) y pasá una pierna». El niño toma la prenda y lo primero que hace es enredarse en la parte externa del pantalón y caer al suelo sin siquiera llegar a meter el pie dentro. Sentado en el piso le ha quedado una pierna por debajo del pantalón, que continúa sosteniendo por su cintura, y la otra por encima. Y mira como si el pantalón lo estuviera atacando o fuera un ser poco domesticado, pero a la vez intenta procesar las instrucciones que va recibiendo para darle las correctas directivas a su propio cuerpo y cumplir con el cometido.

«Vamos de nuevo, yo te tengo el pantalón y vos metés un pie para que puedas pasar así toda la pierna». Introduce el pie y se le queda atorado en el primer pliegue, de una tela blanda en este caso. Con el tobillo medio doblado intenta seguir realizando la tarea encomendada trabándosele completamente el pie, que accede a la pierna del pantalón totalmente cruzado. «No, no va. Sacá el pie de ahí».

Ahora, volviendo a foja cero, estamos enredados los dos. Yo sosteniendo el pantalón, ya no sé bien por dónde, y el niño completamente desligado de la prenda, intentando comprender cómo hacer para pasar las piernas por esos túneles de tela mientras sigue mis instrucciones que no sé si son tan claras como a mí me lo parecen.

Para mí es algo muy sencillo y se lo explico como algo al pasar, sin entrar mucho en detalles. Para él hay todo un esfuerzo en la comprensión, falta de experiencias para utilizar como guía al momento de movilizar su cuerpo y una carga emocional completamente diferente a la mía. Para mi es simplemente ponerse un pantalón, pequeñito, con la torpeza normal de un niño, pero una de miles de veces. Para él es un desafío nuevo, algo que no comprende ni con el cuerpo ni con el intelecto, sin siquiera estar muy convencido de lo que está haciendo.

Otro intento. Una de mis manos empieza a moldear a una de las piernas del pantalón para que, mientras ingresa el pie, la prenda vaya abriéndole camino, amoldándose a la forma de la parte del cuerpo que sea que esté pasando por allí.

Con una mirada medio perdida, a medida que un décimo de la tarea se va cumpliendo, el niño parece temer que su cuerpo ya no vaya a ser el mismo. «Seguí, seguí que vamos bien», le digo. Y con el pie apuntando para cualquier lado, la pierna medio torcida y colgándose con sus manitos fuertemente de mi ropa, pregunta «¿Así?»

El pie va pasando de apoco, enganchándose en extraños pliegues que la tela se supone que no debería hacer en un pantalón que se ha vuelto el fuelle de un acordeón. Los deditos de los pies se van metiendo en cada uno de los rincones de los que se ha llenado ahora la prenda. Parece que nunca veremos aparecer alguna parte de su cuerpo por el otro lado, pero al fin, mientras el niño se ha caído por tercera o cuarta vez, una de las cuales casi me hace caer a mí también, medio transpirados los dos, en medio de un clima cada vez más poblado de la vehemencia del mensaje oral ¡para que le llegue!, para que entienda de una vez por todas ¡lo fácil que es ponerse un pantalón!, el pie sale del otro lado.

Lo celebramos como si hubiésemos ganado un campeonato mundial de algo. La carita del niño se llena de alegría, como si hubiera ocurrido un milagro, como si hubiera visto a Papá Noel volando con su trineo a plena luz del día. Yo lo aliento, lo celebro, lo felicito.

Ha sido difícil explicar, transmitir la idea, ayudar, desintelectualizarlo todo para intentar hacer lo que no tiene sentido decir. Lo logramos, con mucho esfuerzo por parte de los dos.
Ahora, tiene que ponerse la otra pierna del pantalón.

Pablo Rego ©2020

Foto: www.freepik.com

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