por Pablo Rego | Uno da por sentado que ponerse un
pantalón es algo simple. Siendo adultos llevamos mucho tiempo vistiéndonos y
pasando las piernas a través de esos tubos de tela que acaban cubriéndolas,
calzando la prenda, acomodándola a nuestro cuerpo.
Si lo intelectualizamos y lo describimos
como lo hizo genialmente Julio Cortázar en “No se culpe a nadie”, en donde
relata la lucha encarnizada del hombre, la mente, las emociones y el pullover,
o en “Instrucciones para subir una escalera”, en donde cualquier mecánica del
cuerpo despojada de la percepción se vuelve absurda, el proceso deja de ser
espontáneo y automático, desmembrándose en pequeños pasitos que, a lo mejor,
nos ha llevado mucho tiempo incorporar, aunque lo hayamos olvidado.
Cuando los humanos transmitimos
costumbres a los niños pequeños, digamos de unos tres años de edad, lo hacemos
a través del ejemplo físico, la demostración que incluye el aprendizaje empírico. Pero también lo hacemos a través
del intelecto, porque somos intelectuales y utilizamos ese recurso como algo
natural.
Cómo
ponerse un pantalón: «agarrá la cintura (del pantalón) y pasá una
pierna». El niño
toma la prenda y lo primero que hace es enredarse en la parte externa del
pantalón y caer al suelo sin siquiera llegar a meter el pie dentro. Sentado en
el piso le ha quedado una pierna por debajo del pantalón, que continúa
sosteniendo por su cintura, y la otra por encima. Y mira como si el pantalón lo
estuviera atacando o fuera un ser poco domesticado, pero a la vez intenta procesar
las instrucciones que va recibiendo para darle las correctas directivas a su
propio cuerpo y cumplir con el cometido.
«Vamos de nuevo, yo te tengo el
pantalón y vos metés un pie para que puedas pasar así toda la pierna». Introduce el pie y se
le queda atorado en el primer pliegue, de una tela blanda en este caso. Con el
tobillo medio doblado intenta seguir realizando la tarea encomendada
trabándosele completamente el pie, que accede a la pierna del pantalón totalmente
cruzado. «No, no va. Sacá el pie de ahí».
Ahora, volviendo a foja cero, estamos
enredados los dos. Yo sosteniendo el pantalón, ya no sé bien por dónde, y el
niño completamente desligado de la prenda, intentando comprender cómo hacer
para pasar las piernas por esos túneles de tela mientras sigue mis instrucciones
que no sé si son tan claras como a mí me lo parecen.
Para mí es algo muy sencillo y se lo
explico como algo al pasar, sin entrar mucho en detalles. Para él hay todo un
esfuerzo en la comprensión, falta de experiencias para utilizar como guía al
momento de movilizar su cuerpo y una carga emocional completamente diferente a
la mía. Para mi es simplemente ponerse un pantalón, pequeñito, con la torpeza
normal de un niño, pero una de miles de veces. Para él es un desafío nuevo,
algo que no comprende ni con el cuerpo ni con el intelecto, sin siquiera estar muy
convencido de lo que está haciendo.
Otro intento. Una de mis manos empieza
a moldear a una de las piernas del pantalón para que, mientras ingresa el pie,
la prenda vaya abriéndole camino, amoldándose a la forma de la parte del cuerpo
que sea que esté pasando por allí.
Con una mirada medio perdida, a medida
que un décimo de la tarea se va cumpliendo, el niño parece temer que su cuerpo
ya no vaya a ser el mismo. «Seguí, seguí que vamos bien», le digo. Y con el pie apuntando para
cualquier lado, la pierna medio torcida y colgándose con sus manitos fuertemente
de mi ropa, pregunta «¿Así?»
El pie va pasando de apoco, enganchándose
en extraños pliegues que la tela se supone que no debería hacer en un pantalón
que se ha vuelto el fuelle de un acordeón. Los deditos de los pies se van
metiendo en cada uno de los rincones de los que se ha llenado ahora la prenda.
Parece que nunca veremos aparecer alguna parte de su cuerpo por el otro lado,
pero al fin, mientras el niño se ha caído por tercera o cuarta vez, una de las
cuales casi me hace caer a mí también, medio transpirados los dos, en medio de
un clima cada vez más poblado de la vehemencia del mensaje oral ¡para que le
llegue!, para que entienda de una vez por todas ¡lo fácil que es ponerse un
pantalón!, el pie sale del otro lado.
Lo celebramos como si hubiésemos
ganado un campeonato mundial de algo. La carita del niño se llena de alegría,
como si hubiera ocurrido un milagro, como si hubiera visto a Papá Noel volando
con su trineo a plena luz del día. Yo lo aliento, lo celebro, lo felicito.
Ha sido difícil explicar, transmitir
la idea, ayudar, desintelectualizarlo todo para intentar hacer lo que no tiene
sentido decir. Lo logramos, con mucho esfuerzo por parte de los dos.
Ahora, tiene que ponerse la otra
pierna del pantalón.
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