miércoles, 3 de agosto de 2022

El pájaro yo


Una poesía de Pablo Neruda del libro Arte de pájaros.

Hace años, alguien me decía cariñosamente "Pablo pájaro", quizá porque estaba en una época en la que me movía bastante, quizá porque tenía tendencia a estar colgado de las ramas del árbol de la vida o de las mentes. Ciertamente mis raíces no estaban profundas y volaba de rama en rama, experimentando físicamente el mundo, viviendo en Buenos Aires, en Córdoba, en Madrid, en Valencia... andaba de acá para allá experimentando una hermosa libertad de movimiento de la que aprendí mucho.

Pablo Neruda escribió este poema editado en su libro en 1966. Cincrónicamente, Neruda se llamaba Pablo (artísticamente, porque en realidad se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto) y la autodenominación de ser Pablo y pájaro me remitieron inequívocamente a él.

El pájaro yo

Me llamo pájaro Pablo,
ave de una sola pluma,
volador de sombra clara
y de claridad confusa,
las alas no se me ven,
los oídos me retumban
cuando paso entre los árboles
o debajo de las tumbas
cual un funesto paraguas
o como una espada desnuda,
estirado como un arco
o redondo como una uva,
vuelo y vuelo sin saber,
herido en la noche oscura,
quiénes me van a esperar,
quiénes no quieren mi canto,
quiénes me quieren morir,
quiénes no saben que llego
y no vendrán a vencerme,
a sangrarme, a retorcerme
o a besar mi traje roto
por el silbido del viento.
Por eso vuelvo y me voy,
vuelo y no vuelo pero canto:
soy el pájaro furioso
de la tempestad tranquila.

Poema © Pablo Neruda
Imagen © Pixabay.com

viernes, 18 de diciembre de 2020

"Carpe Diem" (Aprovecha el día) o "No te detengas", el poema atribuido a Walt Whitman que aparece en "La sociedad de los poetas muertos"

El término "Carpe Diem" es famoso en nuestro tiempo gracias a su aparición reiterada y destacada en la película "La sociedad de los poetas muertos" Es es una frase atribuida originalmente al poeta latino Horacio (65 - 8 a. de C.), quien, en el primer Libro de las Odas, aconseja a su amiga Leucone: “Carpe diem, quam minimim credula postero”, que se traduce como: “Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana”.

La película mencionada, en la que el protagonista Robin Willams interpreta al profesor Keating, contiene dentro de su profundo y hermoso libreto gran cantidad de las frases de un poema llamado "No te detengas" o "Carpe Diem" del que habitualmente se dice que fue escrito por el gran poeta norteamericano "Walt Whitman" (1819-1892), pero en la antología completa de Whitman llamada "Hojas de hierba" no puede encontrarse dicho poema; aunque sí a lo largo de la película en cuestión.

"Carpe Diem" (Aprovecha el día) ó "No te detengas"

No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz,

sin haber alimentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el
derecho de expresarte, que es casi un deber.
No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario…

No dejes de creer que las palabras y la poesía, sí pueden cambiar al
mundo; porque, pase lo que pase, nuestra esencia está intacta.

Somos seres humanos llenos de pasión, la vida es desierto y es oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra
propia historia.

Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa.
Y tú puedes aportar una estrofa…

No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños puede ser libre el
hombre.

No caigas en el peor de los errores: el silencio. La mayoría vive en un
silencio espantoso. No te resignes, huye…

“Yo emito mi alarido por los tejados de este mundo”, dice el poeta;
valora la belleza de las cosas simples, se puede hacer poesía sobre las
pequeñas cosas.

No traiciones tus creencias, todos merecemos ser aceptados.
No podemos remar en contra de nosotros mismos, eso transforma la
vida en un infierno.

Disfruta del pánico que provoca tener la vida por delante.
Vívela intensamente, sin mediocridades.

Piensa que en ti está el futuro, y asume la tarea con orgullo y sin
miedo.

Aprende de quienes pueden enseñarte. Las experiencias de quienes se
alimentaron de nuestros “Poetas Muertos”, te ayudarán a caminar por
la vida.

La sociedad de hoy somos nosotros, los “Poetas Vivos”.
No permitas que la vida te pase a ti, sin que tú la vivas…

-Imagen: Freepik.com 

Imagina, letra de la canción "Imagine" de John Lennon, adaptada a poesía.



Imagine (Imagina)

Imagina que no existe el paraíso,
es fácil si lo intentas.
Ningún infierno bajo nosotros,
por encima de nosotros solo El Cielo.

Imagina a toda la gente
viviendo en el presente.

Imagina que no hay países,
no te va a resultar difícil.
Nada por qué matar o morir
y tampoco ninguna religión.

Imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz.

Imagina que no existen las posesiones,
me pregunto si puedes hacerlo.
Que no hay necesidad de codicia o de hambre,
una hermandad de los seres humanos.

Imagina a toda la gente
compartiendo todo el mundo.

Puedes decir que soy un soñador,
pero no soy el único.
Espero que algún día te unas a nosotros
y el mundo vivirá como uno.

Imagine” John Lennon y Yoko Ono.
Del álbum “Imagine” de 1971

martes, 25 de agosto de 2020

La pianista, una historia de mi infancia y la memoria de mi padre.

por Pablo Rego | Contemplo silencioso el poder creativo de una artista que convoca con su piano a un público real mediante la virtualidad. Será el toque, la manera de atacar, será el sonido potente de sus manos sobre el teclado. La música es uno de los tantos misterios que los humanos hemos recibido como talentos o regalos divinos y cuando esa magia cobra vida colapsa la lógica de la mente.

La pianista abarca el teclado, lo despierta de su aparente inmovilidad y le da la vida a través de una vibración que anima a las cosas. El sonido, que entra y sale por los dispositivos mediante una transmisión en vivo de una masiva aplicación de red social, es tan curiosamente parecido al de un viejo grabador de cinta abierta que su genialidad inspiradora de cada interpretación genera en mi mente una búsqueda inconsciente de momentos felices que alguna vez fueron registrados en mi memoria.

Pero es este sonido y no otro. Un sonido de tangos en un piano. Un sonido que pasa por una estrechez tecnológica, pero sin interrumpir la música. En este tiempo estamos todos un poco enajenados, pero la artista se enajena de la enajenación en esos ratos de interpretación magistral, casi divina, dando todo de sí; se nota que lo da.

Y quizá sea esa la pasión que tenía mi viejo cuando tocaba sus tangos con tanta fuerza, como volando, porque al tocar esos tangos de Di Sarli, de Fresedo o de Firpo que tanto le gustaban, se revelaba contra las reglas elitistas de la interpretación de la música clásica (que escuchaba día y noche en la radio en su taller) que tanto lo habían torturado hasta convertirse en concertista solista en su adolescencia.

Ahora, la pianista crea un clima íntimo, de teatro-living, en su casa, a través de una imagen pequeña, en donde se ve la izquierda en la derecha y la derecha en la izquierda, la imagen a través de la pantalla de un paisaje segmentado que poco a poco se va transformando en una translucidez de una vida vivida en primera persona. Ese clima de disfrute verdadero del artista y del oyente, típico de una sobremesa de sábado a la noche o domingo al medio día.

Eso que tocaba mi papá, “La casita de mis viejos”, “María”, “Griseta”, entre muchos otros, van sonando. La artista, ahora, los va tocando, sacándolos de su memoria o accediendo a pedidos de admiradores conectados, con esa pasión que reconozco, auténtica.

Y me voy, me quedo mirando la nada, escuchando su impresionante interpretación, su conocimiento de la cultura que le permite sacar versiones de la galera, ahí mismo, ahí nomás, llenando los huecos mentales de las partituras con ingenio inteligente y repentización de barrio.

El sonido que me llega me hace recordar a mis tiernos cuatro, cinco o nueve años, cuando mi viejo se sentaba a tocar en el living de la casa de mi abuela o en la casa de sus tías en el barrio porteño de  Flores. Todos parábamos la fiesta. Todos escuchábamos. Como escucho ahora, casi en otra dimensión, a la música que está en su propia dimensión.

Durante años atesoré ese recuerdo de papá tocando el piano para a la familia y los amigos. Luego las cosas cambiaron y aquella época se transformó en entonces en eso, en un bello recuerdo de mi infancia porque la familia cambió, esas mesas de aquellas reuniones dejaron de existir y mi viejo no tocó más esos tangos para todos.

Tanto me esforcé en conservar aquellos recuerdos que llegué estudiar el piano, a preparar intensamente el examen para rendir ciclo en el viejo Conservatorio Nacional de Música Carlos  López Buchardo, a estudiar allí la música que mi papá había estudiado. Yo tenía entonces varios más de veinte años de edad e iba a tocar el viejo piano-pianola  triste y solitario de la casa mi abuela, que se me hacía abandonado. Y luego de un tiempo no toqué más, sin saber por qué, como tampoco sabía entonces que el impulso para darle vida a la música en el piano tenía mucho que ver con rescatar aquellos momentos únicos de mi infancia.

Era la década de los setenta. Alguien cercano a la familia que tenía un grabador de cinta abierta registró una de las sesiones mágicas de tangos, valses y milongas con mi viejo al piano, rodeado del cariño y la admiración de sus seres queridos. Tiempo después la reproducción de aquella grabación se me hacía fascinante. La tecnología casera de aquel entonces, aquellos micrófonos y el sonido de la cinta magnética dejaron grabado a fuego un registro que revivió a través de la escucha en una nueva situación, un sonido en vivo captado de manera casera como aquel, pero que ahora viaja por las redes y se escucha en directo.

Conocía a la artista convocante, pero la reconocí a través de sus conciertos en vivo, así, en cuarentena, a cientos de kilómetros de mi Buenos Aires natal, conectando con esas vibraciones, con esas frecuencias que trajeron a mi memoria del corazón a mi padre, que se fue hace poco, en medio de las restricciones de la declarada pandemia, pero también exorcizando una historia de décadas en mi vida, los motivos por los que movía cielo y tierra, hace un tiempo atrás, para que el piano sonara como cuando era un pibe y por los que un día dejé de tocar.

La pianista me contó una historia metafísica de mi propia vida, de la música, de mi familia que yo mismo desconocía. Con su arte sincero, con su compromiso por con las formas del misterio de la música, con la alquimia de la interpretación de un mundo cultural que compartimos y que ella hace vivir con el sólo hecho de liberarse sobre el teclado para dejar salir tantas horas de estudio, tanta pasión, tanto corazón.

Gracias Marina Ruiz Matta, escucharte fue un viaje y te sigo escuchando, mientras escribo, mientras te pido que toques “Bahía Blanca” y lo bordás, porque el sonido de tu piano acaricia mi alma y me ayuda a andar más liviano… y más emocionado,  también. Gracias.

©Pablo Rego (agosto de 2020)


sábado, 4 de abril de 2020

Cómo ponerse un pantalón.


por Pablo Rego | Uno da por sentado que ponerse un pantalón es algo simple. Siendo adultos llevamos mucho tiempo vistiéndonos y pasando las piernas a través de esos tubos de tela que acaban cubriéndolas, calzando la prenda, acomodándola a nuestro cuerpo.

Si lo intelectualizamos y lo describimos como lo hizo genialmente Julio Cortázar en “No se culpe a nadie”, en donde relata la lucha encarnizada del hombre, la mente, las emociones y el pullover, o en “Instrucciones para subir una escalera”, en donde cualquier mecánica del cuerpo despojada de la percepción se vuelve absurda, el proceso deja de ser espontáneo y automático, desmembrándose en pequeños pasitos que, a lo mejor, nos ha llevado mucho tiempo incorporar, aunque lo hayamos olvidado.

Cuando los humanos transmitimos costumbres a los niños pequeños, digamos de unos tres años de edad, lo hacemos a través del ejemplo físico, la demostración que incluye el aprendizaje  empírico. Pero también lo hacemos a través del intelecto, porque somos intelectuales y utilizamos ese recurso como algo natural.

Cómo ponerse un pantalón: «agarrá la cintura (del pantalón) y pasá una pierna». El niño toma la prenda y lo primero que hace es enredarse en la parte externa del pantalón y caer al suelo sin siquiera llegar a meter el pie dentro. Sentado en el piso le ha quedado una pierna por debajo del pantalón, que continúa sosteniendo por su cintura, y la otra por encima. Y mira como si el pantalón lo estuviera atacando o fuera un ser poco domesticado, pero a la vez intenta procesar las instrucciones que va recibiendo para darle las correctas directivas a su propio cuerpo y cumplir con el cometido.

«Vamos de nuevo, yo te tengo el pantalón y vos metés un pie para que puedas pasar así toda la pierna». Introduce el pie y se le queda atorado en el primer pliegue, de una tela blanda en este caso. Con el tobillo medio doblado intenta seguir realizando la tarea encomendada trabándosele completamente el pie, que accede a la pierna del pantalón totalmente cruzado. «No, no va. Sacá el pie de ahí».

Ahora, volviendo a foja cero, estamos enredados los dos. Yo sosteniendo el pantalón, ya no sé bien por dónde, y el niño completamente desligado de la prenda, intentando comprender cómo hacer para pasar las piernas por esos túneles de tela mientras sigue mis instrucciones que no sé si son tan claras como a mí me lo parecen.

Para mí es algo muy sencillo y se lo explico como algo al pasar, sin entrar mucho en detalles. Para él hay todo un esfuerzo en la comprensión, falta de experiencias para utilizar como guía al momento de movilizar su cuerpo y una carga emocional completamente diferente a la mía. Para mi es simplemente ponerse un pantalón, pequeñito, con la torpeza normal de un niño, pero una de miles de veces. Para él es un desafío nuevo, algo que no comprende ni con el cuerpo ni con el intelecto, sin siquiera estar muy convencido de lo que está haciendo.

Otro intento. Una de mis manos empieza a moldear a una de las piernas del pantalón para que, mientras ingresa el pie, la prenda vaya abriéndole camino, amoldándose a la forma de la parte del cuerpo que sea que esté pasando por allí.

Con una mirada medio perdida, a medida que un décimo de la tarea se va cumpliendo, el niño parece temer que su cuerpo ya no vaya a ser el mismo. «Seguí, seguí que vamos bien», le digo. Y con el pie apuntando para cualquier lado, la pierna medio torcida y colgándose con sus manitos fuertemente de mi ropa, pregunta «¿Así?»

El pie va pasando de apoco, enganchándose en extraños pliegues que la tela se supone que no debería hacer en un pantalón que se ha vuelto el fuelle de un acordeón. Los deditos de los pies se van metiendo en cada uno de los rincones de los que se ha llenado ahora la prenda. Parece que nunca veremos aparecer alguna parte de su cuerpo por el otro lado, pero al fin, mientras el niño se ha caído por tercera o cuarta vez, una de las cuales casi me hace caer a mí también, medio transpirados los dos, en medio de un clima cada vez más poblado de la vehemencia del mensaje oral ¡para que le llegue!, para que entienda de una vez por todas ¡lo fácil que es ponerse un pantalón!, el pie sale del otro lado.

Lo celebramos como si hubiésemos ganado un campeonato mundial de algo. La carita del niño se llena de alegría, como si hubiera ocurrido un milagro, como si hubiera visto a Papá Noel volando con su trineo a plena luz del día. Yo lo aliento, lo celebro, lo felicito.

Ha sido difícil explicar, transmitir la idea, ayudar, desintelectualizarlo todo para intentar hacer lo que no tiene sentido decir. Lo logramos, con mucho esfuerzo por parte de los dos.
Ahora, tiene que ponerse la otra pierna del pantalón.

Pablo Rego ©2020

Foto: www.freepik.com

domingo, 19 de enero de 2020

Volar es el destino de quien utiliza sus alas.



¿Por qué las formas se confunden y la manera de sentir el dolor se repite en cada ciclo?

Quizás sea posible ignorar o distraerse, pero no adrede.
La vista puesta en el horizonte, la línea curva que demuestra que son múltiples los caminos del destino. Dirigirse hacia el final para llegar a ese punto en el que todo comienza.

Un juego que despega los pies del suelo, que despeina, que emociona. Una actitud condenada y combatida.

Seguir los sueños o ir hacia ese lugar imaginado despierta la ignorancia de los otros y la confianza de los unos. Y uno es de los unos. Y está más convencido que todos.

Destruir los lazos de la propia historia requiere de la propia muerte. Muerte para renacer, muerte para acabar con las palabras y los gestos de los precedentes. Destruir la voz de la propia condena implica saltar sin red, subir al propio Rocinante y avanzar un poco más en esa historia.

Una vida cotidiana la protagoniza cualquiera. Cualquiera sabe lo que hacer cuando llega el momento y todos están señalando el próximo paso. El sufrimiento auto-impuesto del deber de elegir  sólo es comprendido por algunos. Mientras tanto, el resto saca ventaja y avanza inexorablemente hacia el próximo engaño.

Sostener en el tiempo la naturaleza psíquica y sus relaciones con los sentimientos y avanzar con esa incertidumbre a cuestas comienza a llamar la atención de los otros que viven en el error por no comprometerse con la búsqueda interior para comprender. El vuelo de uno llama la atención de muchos.  Y el combatido comienza a ser admirado, pero su soledad e incertidumbre continúan hirviendo en el interior.

Porque la simplificación de la existencia nunca llega, porque el punto deseado, justo en la línea del horizonte, vuelve a moverse y a tentar a las utopías y a los sueños para que lo sigan.

Desengaño, decepción, desilusión. Replegar las alas para tocar tierra firme y aterrizar en un nuevo (y no por eso desconocido) mar de lágrimas.

Papeles, cartas, poderes, acusaciones, lucha y más lucha para ser dueños del engaño. Quejas, dolor y llanto para demostrar la disconformidad.

Seres humanos niños que nunca evolucionan, niños que no crecen, criaturas que pasan el tiempo conectados a un sistema de muerte e ilusión. Niños que ejercen el poder, niños que juzgan, niños que se reproducen, que conducen por las calles y que educan a otros niños para que aprendan a vivir en la ficción.

Andar con las alas replegadas (o mejor, disimuladas) por entre los niños y sus instituciones.

Y esa simple inocencia que despierta la ternura y la sonrisa provoca el juego, la relajación, un momento de distracción en busca del olvido y la consiguiente alegría. Pero la inocencia debe estar ligada a la fuerza. Un loco o un inconsciente que disponga de poder se vuelve dañino. Y estos niños, ingenuos y básicos, ostentan las herramientas que han sabido conseguir por permanencia. El juego se vuelve catarsis, los deseos reprimidos empujan a la acción, los movimientos se vuelven agresivos y lo aparentemente intrascendente se torna cuantitativamente destacado. Los niños se han vuelto violentos, entre sí y para quien juega con ellos.

Ellos son la autoridad. El poder es una relación de fuerzas. Los millones de niños que habitan las ciudades y las casas de los gobiernos están descontrolados, como niños que son.

Y desplegar las alas vuelve a ser un recurso utilizado. Platón lo ha dicho de su maestro y otros viejos, antes y después, han utilizado ese dispositivo simple que sólo sirve para volar y no ser destruido.

Pero no hay sitio a donde ir. Los refugios son difíciles de hallar porque sólo así pueden ser preservados. Y escasean. Volar es el destino de quien utiliza sus alas. Nunca lo será construir casitas de ladrillos, con las paredes blanqueadas y un jardín florido y mucho menos levantar castillos ni instituciones.

Y el cielo que es surcado por voladores anónimos y conocidos está siempre ahí para ellos, para que levanten sus miradas y recuerden que también es propia de los humanos la facultad de volar. Pero nada debe tenerse para emprender ese camino que implica liviandad para conseguir la libertad y el vuelo.

Pablo Rego © 2004


sábado, 16 de noviembre de 2019

Insomnio en luna llena. (Poesía)




Insomnio en luna llena.

La claridad del alba aleja las percepciones de espejos deformes,
de horas sumergidas en infinitos subsuelos,
de cielos llenos de luz mortecina,
de imaginaciones y pieles rasgadas, erizadas.

Un viaje solitario en un mundo aparentemente normal,
en el que pasan cosas y otras se piensan, se sueñan, se sienten,
en una habitación vacía que se fue llenando de seres,
de proyecciones en el alma, en los espejos sucios,
en las supuestas luces del afuera filtrándose por las rendijas.

Venus se impone siempre, simplemente, despertada por la Luna,
juegan a pasarse los velos de sus magias por sus caras, por mi cuerpo,
por sus superficies extensas, lejanas y sutiles,
se entretienen soplando en mi inconsciente un inquieto polvo adolescente.

Luces, sombras, visiones de la noche que todo lo confunde,
mis ojos se cierran por no estar abiertos, pero imágenes intensas habitan la mente,
tanteo en la penumbra de la ausencia mi presencia, mis certezas, la de siempre
y volando sin querer entro y salgo del ahora.

Hay un cuerpo real que toco,
recuerdos cercanos y lejanos de exaltantes figuras de una tarde pasada,
la vida, el amor, la muerte y otra vez la pasión de todo ello
se manifiesta en un mundo algo real.

La idea de que pronto va a pasar,
la imagen repetida, un poco obsesiva, recurrente, excitante,
el esperado devenir del sueño, pero no alcanza,
los ojos no responden, abiertos o cerrados, son su propio mundo.

Los incesantes sonidos del afuera alimentan las llamas de la mente,
una imagen animal de ensoñación salvaje parece verdadera;
criatura de cuerpo gris, intenso, impiadoso
que me mira y me llama imperiosamente a ingresar en la caverna.

Un fuego creciente en un profundo primitivismo que se apodera de todo,
el cuerpo es víctima de la pleamar interna, se desborda en un silencio de fluidos
y un volcán en erupción derramando su lava ardiente sobre mí.
La soledad, la quietud y el desconcierto contrastan con la luz o con su ausencia.

Despierto. Un rato más. Otro rato. Otro.

Los juegos terminan en perdida indiferencia,
adentro los laberintos se crean a sí mismos presente e indefinidamente,
afuera, la luz de la plena luna, los gallos, los perros, vive la más silvestre de las vidas
mientras pasa el tiempo, que ahora se hace tan real como la muerte.

©Pablo Rego

Foto ©Freepik




sábado, 25 de mayo de 2019

Besos en el hall (Poesía)


Llegar del mundo hasta el cristal de la puerta,
llamar y esperar-te, con el corazón galopando.
Un olvido que deja estelas por las calles,
pedazos de realidades que se van deshaciendo con los pasos.

Caminar por las veredas de la ciudad
hacia un instante que es una puerta,
detrás de otra puerta y luego de otra más
en donde un mundo desaparece y otro nace más real.

Saber que al llegar el olvido de todo será el encuentro de algo más,
que los sentidos se encenderán más allá del aturdimiento del día.
Ir flotando, liberándose de todo
con la ilusión de un niño que se cree la realidad de los cuentos.

O escuchar que al fin llegas,
que un instante o muchos han pasado
y entonces sí estás frente a ese otro cristal de otra puerta que te mira
llamando y esperando-me.

Formar parte de la realidad un rato más,
retocando, acomodando, preparando el universito para nosotros,
tratando de mantener en calma los potros indomables del tiempo
que a veces colaboran aquietándose.

Saber que bajaré a buscarte
y dejaré entrar contigo la chispa y el beso,
o bajarás a abrir el cristal enorme de la puerta
para levitar entre el mundo y el cielo del amor.

Las puertas se abren y los cuerpos se atraen como imanes deseosos.
Da igual de quién es el hall,
qué vida hay detrás de aquellos muros,
que sueños o ilusiones se agitan en los pisos superiores.

No importa de qué mundo hemos venido,
quién termina qué o qué empieza cuándo.
El movimiento es atracción,
los pasos son hacia el encuentro de un cuerpo de los dos.

En la proximidad está la magia,
pasos que acercan años luz,
almas que se encuentran y se van fundiendo
mientras el mundo de los otros se esfuma en ese instante para siempre.

Y en ese mar de amor
en el que todos los sueños son posibles,
los labios, que son amantes de la ternura y del silencio,
se acercan poco a poco, con una intensidad desesperada y desesperante.

Y se tocan, se sienten, al fin se saborean,
los labios, las bocas, los cuerpos, las almas
se encuentran detrás de los cristales,
abriendo los portales infinitos del amor.

Pablo Rego © 2019

Foto © Freepik

sábado, 18 de mayo de 2019

Ojos cuarenta y pico (Poesía)


Mirar nuevamente las cosas…

Como una lejanía sombría que va borrando pequeños detalles
las figuras pierden sus contornos transformándose un poco en otras.

Antes había brillo, luz, intensidad…

Empieza a atardecer en las hojas escritas
como quedándose sin combustible los faroles en las últimas horas del día,
el mundo se borronea y se hace extraño que la claridad de siempre
se vaya volviendo sombras.

Por los ojos han entrado pensamientos, ideas, conocimiento,
unas formas matemáticas y otras sensuales,
viejas letras difíciles de entender y otras pequeñísimas.

El tiempo fue un aliado natural sin saberlo
para la ignorancia de los cristales y los armazones,
sin la necesidad de aprender una cultura sus cosas son extranjeras,
pero un día, por los cuarenta, el tiempo se hace presente y empieza a achicar las cosas,
a marearlas, a esconderlas.

Los ojos se van cerrando, juegan a oriente,
los brazos se estiran y se flexionan con el foco en sus manos,
pican, arden, se cierran, se cansan
y al final de un impedimento hartante caen en su prisión de cristal.

La importancia de ver, también con los ojos,
las letras, las palabras, los detalles pequeños del artista,
las cositas que hacen que otras cosas más grandes funcionen,

Enterase de ínfimos detalles de la existencia que pueden ser ignorados,
pero que nos empeñamos en mirar,
a los cuarenta y pico como a los veinte.

Pablo Rego ©2019

Imágen:©Freepik

lunes, 13 de mayo de 2019

Poesía de Pablo


"Vuelve el Otoño" de Pablo Neruda Un enlutado día cae de las campanas como una temblorosa tela de vaga viuda, es un color, un sueño de cerezas hundidas en la tierra, es una cola de humo que llega sin descanso a cambiar el color del agua y de los besos.
No sé si se me entiende: cuando desde lo alto se avecina la noche, cuando el solitario poeta a la ventana oye correr el corcel del otoño y las hojas del miedo, como lengua de buey espeso, algo en la duda del cielo y de la atmósfera. Vuelven las cosas a su sitio, el abogado indispensable, las manos, el aceite, las botellas, todos los indicios de la vida: las camas, sobre todo, están llenas de un líquido sangriento, la gente deposita sus confianzas en sórdidas orejas, los asesinos bajan escaleras, pero no es esto, sino el viejo galope, el caballo del viejo otoño que tiembla y dura. El caballo del viejo otoño tiene la barba roja y la espuma del miedo le cubre las mejillas y el aire que le sigue tiene forma de océano y perfume de vaga podredumbre enterrada. Todos los días baja del cielo un color ceniciento que las palomas deben repartir por la tierra: la cuerda que el olvido y las lágrimas tejen, el tiempo que ha dormido largos años dentro de las campanas, todo, los viejos trajes mordidos, las mujeres que ven venir la nieve, las amapolas negras que nadie puede contemplar sin morir, todo cae a las manos que levanto en medio de la lluvia.

del libro "Residencia en la tierra" (1925-1932) Pablo Neruda


viernes, 13 de julio de 2018

Rescate (poesía)

Rescate
                                                                                                     | por Pablo Rego

  
Silenciosas las neuronas van tejiendo redes,
el espacio cambia, las cabezas de los pequeños dragones se alejan cada vez más,
se pierden de mi centro de gravedad, dejan de recordar el punto de partida.

Es un viaje de ida que siempre contempla una vuelta,
es un impulso que va alimentándose con energías íntegras del Universo,
poderes celestiales que pueden elevar el brillo o hacer desaparecer el mundo.

Fuerzas contenidas claman por surgir de su prisión
y la distracción de la sencillez, de lo bajo, de lo puro,
abre las puertas para que el flujo latente de silencios y de olvidos se manifieste.

La realidad se va pintando con el filtro de las emociones,
la acuarela de la vida puede parecer lo uno o lo otro, sólo parece,
y la imagen de lo creado a mi alrededor puede ser desconcertante, laberíntica.

Laberintos varios he transitado en el pasado,
y siempre hubo soles y lunas, letras y estrellas que guiaron mi camino,
hojas  blancas que esperaban a que saliera para entregarse en un abrazo luminoso.

Los días en la mente son instantes en el alma,
suelto las pruebas de la tierra para elevarme sutilmente,
y vuelvo a conectar con la mirada grande, a encontrar la guía, a liberar palabras.

Descienden miles de rayos de certeras luces
que me llevan a un punto suspendido en el Todo
en donde cambia el brillo de las cosas, en donde el milagro me alcanza y me conmueve.

Es un sol, es un espacio, un abismo superado,
es un mar sin horizonte que se vuelve un cielo claro,
es el agua que sonríe, es el alma que al fin fluye, es presente,
hoy igual que siempre,
una eternidad sin prisas,
más viva que la vida.

Pablo Rego ©2017

martes, 29 de mayo de 2018

Gravedad (Poesía)


Abrí mis ojos y recordé el día que abrí mis ojos,
una tormenta de oscuridad llevaba a mi nave existencial
en direcciones y sentidos caóticos e ignorados.

Recordé la luz emergiendo tímida desde alguna parte mía que aún desconocía,
el paisaje repleto de contrastes en el que iba discurriendo;
dando tumbos mi corazón saltaba en mi pecho.

Cuando pude Ver, un pequeño guijarro de voluntad comenzó a girar sobre sí mismo,
destelló un reflejo y un estado que detuvo las tormentas fuertes,
y nació así un nuevo rincón de poder en el Universo.

Ese pulsar de luz creó un nuevo ambiente en el que reciclar los dolores y los temores,
una plataforma para aprender a volar
y el tiempo lo hizo hábito, verdadero y natural.

La fuente de la luz existe en un estado.
Un mundo en expansión puede crearse de una idea,
el propio centro de gravedad puede aprenderse y ser cuidado como un luminoso jardín.

Gira el espiral de los séculos de las vidas
y la brisa que nos impulsa al caos permanece latente y presente
recordándonos nuestras misiones y la existencia de los opuestos.

Emerger de la oscuridad hacia la luz es natural,
encontrar el camino es parte del desafío que desconocemos,
hallar el estado de gracia en el que expandir el alma es un milagro inevitable.

En tiempos de pruebas inimaginadas
en donde las tormentas de la oscuridad arrasan los sueños de las masas,
perderse de la fuente de la luz es volver a recordar…

Recordar que una vez abrí mis ojos,
que el centro de mi propia gravedad es relativo para el resto,
pero vital para andar por mi camino en este ciclo existencial.

Recorrer la vuelta grande,
la que alguna vez fue parte de un rumbo perdido,
ese que ahora es también recuerdo, pero que sigue vivo y me llama
a mantener mis ojos cada vez más abiertos y a mi Ser consciente, en la luz.

Pablo Rego ©2018



jueves, 22 de febrero de 2018

Perro chino (Poesía)



Una sensación reconocida, aires, libres.

Partes de un solo ser que estaban diseminadas por quién sabe cuántos mundos
se atraen como gotas de mercurio que quieren volver a ser un mismo cuerpo.

Un andar hacia atrás, pero para adelante.

Conectándose los ciclos, como hilos que atraviesan agujeros invisibles,
van creando tramas de luz que suenan a vida, a verdad, a puertas abiertas.

La alegría de estar otra vez en casa.

Una y otra vez, la aventura no está afuera, en un salto inmaterial del corazón,
un soplo de estrellas que acarician la espalda creando magia en un interior perruno.

Una energía hija de la proyección del ser humano.

Pensamos perro, pensamos amor, amigo, fidelidad, honestidad,
un mundo que se torna de los justos y que justamente acaricia el lomo en lugar de golpearlo.

Un perro-humano, es recuerdo de miles de años.

La inspiración de grandes hombres trasciende a los pequeños dueños de la nueva China;
Un mensaje que bajó de las estrellas y viajó por nuestras almas desde entonces.

Recuerdo que soy lo que el perro representa.

Es el tiempo de reciclar y revivir aquella integridad que en cada ciclo se representa;
un andar confiado, dejando que la suma sume, que la jauría cambie un poco el presente.

Somos muchos perros chinos.

Una masa que encarna un sentimiento que reconocemos en la esencia.
Se abre la experiencia a todos, se abre nuevamente la puerta a la mágica dimensión.


Pablo Rego ©2018