Mientras ocupaba gran parte de mis días en realizar tareas altamente prácticas y reordenaba mi mundo emocional, la lluvia de mayo en Madrid me conectó con la esencia del agua, con la bendición del alimento, con la purificación del cuerpo y el alma.
Llueve
Cae eternamente el rocío vivo desde las
alturas… y reviven los sonidos claros e inequívocos del tiempo eterno. Revive
también el aroma de la tierra, la esperanza de las flores, de los simples y
grandiosos animales, de los peces…
la vida tiene ese sonido que de a uno
tintinean contra el polvo, los tejados, las piedras, las hojas de las plantas.
Brilla el suelo, se desploma la prisa (después de las prisas por las calles),
cambia el tiempo en los relojes, nutren las capas minerales el torrente
viviente que discurre por entre los campos y debajo de las avenidas.
Ese aroma, ese sonido, el proceso del río,
la vida de los mares, el castigo a la inconsciencia humana, se suman desde el
tímido rocío, desde el cúmulo de nubes, desde el blanco, o el gris, o los
rosados rojizos amarillos de los atardeceres.
Rugen las alturas, se abren los cielos,
canta la naturaleza con voz intensa… que
despierten los vivos… que se acunen los que pueden dormir la siesta…
Sigue el tiempo sin tiempo alimentando
pacientemente el decurso de las olas sin mar, del frío sin pieles, de la gota
que atraviesa su presente individual integrándose en el medio del sentido de su
andanza.
Cae el alimento sagrado de los suelos,
revive todo, suena todo, se hace presente el mundo que fu siempre con todos.
Llueve.
Pablo Rego
©2008 - Sevilla la Nueva - Madrid - España
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