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Una enredadera arrastra sus fuertes hojas verdes por los rincones de mi habitación. La madrugada, las flores rosadas colgando de las ramas serpenteantes de la planta ofidia que rodea mis rincones en esta noche.
Los latidos de mi corazón dicen lo mismo que en aquellas noches, insisten en salirse de mí, en vibrar junto a la costa marina, en ondear hacia la otra orilla cantando su ritual de vida intensa.
Las estrellas que no veo fuera se colaron una a una por la ventana. Los sueños no se escapan, pero las estrellas del cielo sí, vienen a contarme que hay un sol que es hijo del no- tiempo y que la luna te ve mientras me ve, y está el silencio del infinito rodeándonos.
Tanta oscuridad en la noche para los marineros sin amor perdidos en medio del océano, tanta luz en medio de la nada, tantos soles que ahuyentan la noche profunda y te traen hasta mí, sonriendo y susurrando, penetrando mis dominios con arte y verdad.
El árbol se cruzó con la serpiente, sus ramas se transformaron en largos brazos enredados que reptan hasta aquí. El pájaro dejó su huella y entregó su mirada de espejo, quizá sea águila, pero no lo dice.
Danzan las almas. Que la música no pare, que los besos de cristal y la piel de los duraznos construyan abrigos y esculturas a lo largo del mundo para unir los destellos luminosos que quedaron dando vueltas en la órbita más trascendente del encuentro.
Pablo Rego - ©2008
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