las curvas, los rincones, los puntos donde has ido,
sin haberlo hecho aún,
sin saber que lo has
sabido.
Un sonido, un brillo, un latido,
una emanación de luces que se guían en frecuencias
inmentales
atraviesan y despedazan los conectores del entendimiento,
de aturdidos intelectos, corroídos por la herrumbre del
amor.
Todo se guerrea y desmorona, todo lo real, la rígida
realidad,
las cosas por las que se lucha.
Y flotando por encima de las dudas, y también de las
certezas,
el sutil desvelo hace la luz y desaparece al tiempo
y los puntos del camino se unen sin esfuerzo, sin rozar,
como el fluir del vapor del agua que brota de las
entrañas de la tierra
elevándose al fin, inevitable y levemente.
El fin es el principio,
porque el círculo se cierra para explicarse a sí mismo,
y la razón que quiere enderezarlo todo se pregunta en
medio del camino
si será correcto, si estará bien,
si la expansiva fuerza que golpea desde dentro es guía o
condena,
si la duda es propia o ajena, si el silencio llegará, si
el amor algún día se impondrá.
Y más alá de la pequeña pequeñez de un pensamiento de un
momento de un día cualquiera,
la trama del velo ondula para enseñar la sinrazón de la
existencia,
la certeza de la verdad que no puede captar todo lo que
no es alma,
y sentir que lo cierto es amor,
que al comienzo y al final del camino está lo que estuvo
siempre,
que las formas van cambiando por plásticos avatares del
camino.
Y cuando los puntos se unen se aclara una y mil veces el
Ser,
cuando el siguiente es el que sigue, el círculo se
manifiesta;
coincidencia del tiempo y la consciencia,
circulando para volver a recordar la eternidad,
la presencia, el mismo camino, la luz, el amor,
la trascendencia.
Pablo Rego ©2015
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