La calma matutina, el dormir que se termina.
Se va distraídamente el murmullo interior hacia la cueva
y queda el aire, la voz que cuenta una música que vuela,
que llega suavemente al oído, que abraza, que mece… se presenta.
Inevitable y a la vez precioso,
cuando todo calla, cuando el hombre se silencia,
el de adentro, los de afuera,
una trama de infinitos matices suena y resuena,
timbres y distancias, formas y colores:
picos, plumas y nidos suenan a silbidos.
El basto territorio inabarcable,
desde los ríos, desde el mar, desde el horizonte verde.
La vida sobre la tierra fértil de millones
de kilómetros, de hectáreas, de seres,
tiene una banda de sonido, una música específica,
en la altura de sus campos, en los árboles del pueblo.
Los inicios del contacto con el día
reciben los primeros movimientos de sonidos entramados,
benteveos, zorzales, calandrias,
acarician los oídos inconscientes,
recordando que el murmullo alienante de la urbe
está lejos, en su sitio, enceguecido por sus propios
ruidos.
Cuando las nubes crean una cúpula natural de resonancia
el mundo parece detenerse en la inmensidad del campo,
entre pausa y pausa del silencio
de fondo están siempre largos cantos de torcazas
ululando, arrullando hipnóticamente el alma.
Foto © Pablo Rego 2015 |
A la hora de la siesta
entre el bajo continuo del viento resonando en los
eucaliptus,
los horneros cantan en sus obras, entre solos de jilgueros
y gorriones,
el aire es modulado por teros y chimangos
que circulan el vuelo y matizan su canto,
armonizando el ensamble de las aves.
Cuando los rayos del sol comienzan a acostarse
el canto y melodía resuenan intensos y armoniosos.
Llamados a los nidos, hogares en las ramas,
reunión de las especies, familias que se guardan.
Resuena el aire en un brillante eco rojizo
que se acalla cuando el sol al fin se ha ido.
Entre los portales de los días,
como un regalo desde el
cielo,
trascender el drama humano
en el campo, en las pampas, tiene premio,
ser testigo de los
tempos, movimientos y matices
de una sinfonía natural que serena el alma:
La del ave que venera el sol cada jornada.
Foto © Pablo Rego 2014 |
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